Thursday, February 04, 2010

I took Haití



Por Aurelio Suárez Montoya*

Así como suena, “Jeiri”, contestan los haitianos y haitianas radicados en Estados Unidos cuando se les pregunta por su origen. Es el nombre que en el Norte se le dio al país antillano de menos de 30.000 kilómetros cuadrados, en una acomodación cualquiera al inglés, desechando el original Haití -en creole- ó Haïti -en francés-, las dos lenguas más habladas y reconocidas allí como oficiales.

Dichos emigrantes, que bien pueden desempeñarse como taxistas en Boston o como recolectores de cosechas en Florida, en conjunto con quienes trabajan en las maquilas de República Dominicana y otros más en Canadá, Bahamas y Francia, son un millón y medio que intentan sustentar con sus remesas, que en 2009 no llegaron a 1.500 millones de dólares, a la mitad de los casi 10 millones de residentes en el lado occidental de la otrora isla Isabela, aquella en la que Colón tocó por vez primera el suelo americano.

Ese dinero se destina a alimentos y combustibles importados, de los cuales Haití depende para su subsistencia. Con relación a los primeros, la seguridad alimentaria se esfumó desde que en los quince últimos años, la trilogía, gobierno de Estados Unidos (Bill Clinton), Banco Mundial y FMI, ha impuesto allí los dogmas del libre comercio. De hecho, esta nación es una de las que tiene los más bajos aranceles del mundo y el déficit comercial promedio de los últimos cuatro años es de más de mil millones de dólares.

Dos siglos atrás era la colonia más próspera que Francia tenía a este lado del océano. Lo proveía de azúcar de caña, oro y otros géneros. Los pobladores nativos fueron exterminados y reemplazados para las duras faenas agrícolas y mineras por esclavos negros traídos de África. Sus descendientes cometieron una osadía, que desde entonces jamás se les perdonó: derrotar el dominio francés, con Napoleón incluido, y ser la primera república americana en proclamar su independencia, distribuir la tierra y, además, decretar la libertad de los esclavos. Esto último, Estados Unidos sólo lo hizo más de 60 años después.

Como si hubiera sido una maldición, los centros de poder mundial se propusieron darle a Haití un escarmiento que se volvió constante en su historia. Lo obligaron a indemnizar a Francia, por más de 130 años, con base en créditos tan leoninos que al final el City Bank, para cobrarse, tomó posesión del banco central haitiano. Y, adicionalmente, se dieron a la tarea de subvertir el orden, turnando, una y otra vez, toda clase de dictadores y usurpadores a su servicio. Se cebó una elite ínfima, lacaya, que se paseaba, antes del sismo, en vehículos último modelo por las calles de Puerto Príncipe, que edificó mansiones en las partes más altas de esa capital, surtida de las migajas que caen de la mesa de Epulón. En contraste, la mayoría de la población tiene un ingreso anual promedio de 660 dólares; una esperanza de vida de apenas 61 años; el 58% de ella vive en estado de subnutrición; el 55% pasa el día con menos de 1,25 dólar -en extrema pobreza-; el 76% con menos de dos, y el 20% más pobre capta sólo el 2,5% del ingreso nacional.

A esa sociedad le sobrevino un terremoto el 12 de enero de 2010. Los 150.000 muertos se debieron, en buena medida, a las pésimas construcciones, hechas con cemento “rendido” y sin hierro, y por el hacinamiento dentro de ellas. Fue el colapso esperado de una nación humillada por siglos, humillación para la que no se ha tenido miramiento en nada. En el siglo XX, Estados Unidos la invadió directamente dos veces, la primera en 1914 por orden de Woodrow Wilson, que duró más de 20 años, y la segunda en el gobierno de Clinton. Otras tantas ha llegado allí mimetizado con los cascos azules de la ONU. El arribo, por mar y aire, de 12.000 marines la pasada semana y el aviso de que pueden ser hasta 20.000, hace de ésta la mayor ocupación. Haití quedará destruido, su gente, incluidos los niños, acrecentará la diáspora haitiana y la isla se destinará a bases militares estratégicas, en “función humanitaria”. El Nobel de Paz, Obama, fuera de disponer de 30.000 efectivos más para Afganistán, de mantener asaltado a Irak, de asechar a Yemen, de instalar bases militares en Colombia, suma así otro paso expansionista en un año y podrá exclamar, imitando a Theodore Roosevelt, “ I took Jeiri”, así, despectivamente, tal como en el Norte se le designa a Haití.



*Politólogo colombiano

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